Éste es un palco imaginario de un teatro de ópera inventado; pero no por ello (aunque pueda parecer un contrasentido), ni uno ni otro son menos reales. Desde esta ventana a la fantasía, os invito a viajar por el rico, apasionado y apasionante universo de la ópera.. ¿me acompañáis?

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lunes, 3 de agosto de 2015

LA TRAVIATA (ACTO II, 2ª PARTE): DE NUEVO SOLA ENTRE LA MULTITUD

Una de las cosas que enseña la vida es que sólo podemos estar razonablemente seguros del momento presente, del aquí y del ahora. El futuro depende de imponderables que escapan a nuestra voluntad y que, a veces, nos hacen tomar un rumbo que jamás habríamos imaginado. Eso fue lo que le sucedió a Violetta. La única forma que encontró para hacer que Alfredo renegase de ella fue despertar su odio; para lograrlo, venciendo a duras penas su rechazo a una vida de la que un día creyó haber huido para siempre, regresó con Douphol y, con él, asistió a la fiesta de Flora. Un corazón generoso es capaz de los mayores sacrificios y el de Violetta era noble y desprendido como pocos.

El lujoso salón en el que se celebraba la fiesta resplandecía con el fulgor de un incendio. La música, brillante, describía y enfatizaba un ambiente en el que hombres y mujeres charlaban, reían, comían y bebían, dispuestos a divertirse hasta altas horas de la madrugada. Flora no sabía que Alfredo y Violetta se habían separado, y se soprendió mucho al enterarse de que su amiga acudiría a la fiesta acompañada del barón; se quedó un momento pensativa, pero sus reflexiones se vieron inmediatamente interrumpidas por las máscaras que llegaban para amenizar la fiesta:


Para sorpresa de todos, apareció Alfredo, aparentemente muy tranquilo y desenvuelto. Decidido, se sentó a la mesa de juego. Inmediatamente después, llegó Violetta, muy seria, resignada, del brazo del barón; al ver a Alfredo, Duphol prohibió terminantemente a Violetta que le dirigiera una sola palabra. La muchacha, tratando de mantener la compostura, se maldecía a sí misma por haber acudido allí, por haber sido tan incauta.

Las miradas que Alfredo, desde su puesto, les clavaba al barón y a Violetta, eran dardos rebosantes de veneno. Acicateado por la rabia, Alfredo jugaba arriesgando cada vez más y, tal y como reza un refrán, desgraciado como era en amores, resultó triunfador en el juego. A medida que ganaba partida tras partida, su ira iba creciendo, hasta que acabó por escupir todo el dolor que sentía hacia la mujer que le había traicionado, y hacia el hombre que se había interpuesto entre los dos:


Era seguro que los dos hombres acabarían enfrentándose en duelo, de modo que Violetta, fuera de sí, quiso tratar de convencer a Alfredo para que huyese. Logró verse a solas con él, pero el muchacho le aseguró que sólo se marcharía de allí si ella le acompañaba. Una vez más Violetta, sin saber cómo, encontró las fuerzas para mentirle: le dijo que le había abandonado definitivamente por Douphol porque... porque era al barón a quien amaba. Fue entonces cuando Alfredo estalló como sólo puede hacerlo alguien que siente que no tiene nada que perder, porque ya lo ha perdido todo, porque la ilusión de su vida ha resultado un engaño y se ha desvanecido definitivamente:


En la vida se dan situaciones capaces de transformar, siquiera sea por unos instantes, incluso a las personas de carácter más bondadoso. Alfredo, que no era de natural agresivo, se sintió herido de tal modo que hirió a su vez, con saña, con furia, a aquella que sentía que se había burlado de él. Y fue curiosamente su padre, el causante de ese dolor, el que le recriminó más duramente que se portase así con un mujer. Germont, si bien se decía a si mismo que debía callar la verdad que había detrás de aquella situación, empezaba a comprender hasta qué punto había sido cruel su proceder, pues aquella mujer tenía un corazón más noble que muchas de las damas a las que la sociedad tenía por virtuosas.

3 comentarios:

  1. Todos nos transformamos y más viviendo esta Traviata. Tensión en alto esperando desenlace. Bravo Pauline.

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    1. Pablo, querido amigo, gracias siempre, por acudir a este palco y por tus preciosas palabras. Sois vosotros los que me animáis a seguir escribiendo, y no sé cómo agradecérosolo. ¡Mil besos!

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