Éste es un palco imaginario de un teatro de ópera inventado; pero no por ello (aunque pueda parecer un contrasentido), ni uno ni otro son menos reales. Desde esta ventana a la fantasía, os invito a viajar por el rico, apasionado y apasionante universo de la ópera.. ¿me acompañáis?

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lunes, 17 de agosto de 2015

EL BARBERO DE SEVILLA (ACTO I, ESCENA 1ª): TODO EMPEZÓ CON UNA SERENATA

En esta nueva ocasión, cuando el telón se alzase, nos mostraría una ciudad que yo no conocería hasta muchos años después: Sevilla. ¿Cómo sería? o, al menos ¿cómo la habrían imaginado los que habían preparado la obra? Además del disfrute escénico y musical, la ópera permite viajar, sin moverse del asiento, tanto en el tiempo como en el espacio.

La obra que íbamos a ver se titulaba "El barbero de Sevilla". El libreto, de Cesare Sterbini, se basaba en una comedia del mismo nombre del barón de Beaumarchais. La música era producto del talento de Giovacchino Antonio Rossini (que todo eso se llamaba) el cual, por lo visto, tenía fama de vago de solemnidad. Contaba mi abuela una anécdota (que decía conocer de buena fuente) según la cual el compositor prefería trabajar en la cama, a pesar de la incomodidad de la postura; un día, se le cayó una página que acababa de terminar y, antes que levantarse del lecho para recogerla, prefirió volver a escribirla. Sea como fuere, en la cama o sentado ante un escritorio, "El barbero de Sevilla" lo compuso en un tiempo récord: menos de tres semanas; el resultado, iba a cobrar vida de nuevo, ante nosotras, aquella noche.

La orquesta se encontraba ya dispuesta; al frente, el nuevo director artístico del teatro, un músico eminente cuyo talento era tal que conocía a fondo, y era capaz de tocar a la perfección, todos los instrumentos de la orquesta. La emoción de la espera se palpaba en el ambiente... Al fin, con el telón aún bajado, el maestro levantó la batuta y comenzó a sonar una deliciosa obertura, que preparó nuestro ánimo para la divertidísima historia que estaba a punto de empezar...


Se descubrió ante nosotros una calle de la Sevilla del siglo XVIII, envuelta en las sombras y la tranquilidad que acompañan a las horas de la noche. Una casa destacaba entre las demás, por el balcón enrejado que tenía en su primer piso. A ella se fue aproximando, con mucho sigilo, un grupo de hombres caminando cómicamente de puntillas. El que iba en cabeza (enseguida sabríamos que se llamaba Fiorello) llevaba una linterna de luz tan tenue que apenas espantaba las negruras que se encontraba al paso; tras él, un grupo de músicos, cargados con sus instrumentos caminaban prácticamente a tientas, por lo que temían tropezar en cualquier momento. Unos y otros se instaban entre sí a no armar ruido, pero resultaban tan escandalosos que parecía extraño que no se despertara algún vecino. Al grupo se unió otro hombre, que era el que había organizado todo aquel despliegue con el fin cantarle una serenata a la misteriosa joven que vivía en aquella casa, de la que se había enamorado perdidamente. Con extravagantes ademanes, cantante y músicos comenzaron su improvisado recital:


Malévola como he sido siempre, imaginé lo gracioso que hubiera sido que la muchacha, molesta por haber visto interrumpido su sueño, se hubiese asomado maceta en mano, dispuesta a arrojársela al cantor. Eso por no imaginar que, sin advertirle previamente con la voz de "¡agua va!",  hubiese vertido sobre el infortunado lo que, para desgracia de los transeúntes, solía arrojarse por las ventanas cuando en las casas aún no existían sistemas de desagüe. El caso fue que, a pesar de que el trovador se esmeró todo lo que pudo, la dama no se asomó. Quizá tenía el sueño muy profundo.

El día se aproximaba; era hora pues, de hacer lo contrario y alejarse. Con la naturalidad de aquellos a los que les sobra el dinero y se desprenden con facilidad de él, el conde (que tal era el título del enamorado juglar) sacó de entre sus ropas una pesada bolsa, cuyo abundante contenido fue repartido entre los músicos; éstos, ante tal prodigalidad, sintieron la imperiosa necesidad de expresar con efusivos halagos y reverencias su agradecimiento (pensando, sin duda, en posteriores ocasiones en las que aquel hombre necesitase de sus servicios). Ante el ruido que armaban, el conde temió que alertasen al vecindario, y se las vió y se las deseó para que, al fin, se alejasen de allí. Fiorello se retiró también y, a solas ya nuestro hombre, escuchó a lo lejos la voz de alguien que se aproximaba canturreando: "La, la, la, la...":


El Fígaro de aquella noche fue ni más ni menos que Titta Ruffo. Que llegase hasta mí, en vivo, aquella voz a la que le había oído cantar las primeras notas que conocí de este barbero, fue algo indescriptible. Para un operófilo (y yo ya lo era entonces) no hay nada que pueda compararse al directo (y más, dada la escasa calidad de los discos de entonces).

Una vez que el conde (el cual se había buscado un discreto puesto de observación) reconoció al "factotum", que era amigo suyo, le pidió ayuda para acercarse a la dama que vivía en aquella casa; según creía él, era hija de un médico chocho que la tenía poco menos que secuestrada. El avispado Fígaro, alerta sus sentidos ante la generosa recompensa que, sin duda, recibiría por sus servicios, se apresuró a decir:
"-Habéis tenido suerte porque yo, en esa casa, soy barbero, peluquero, cirujano, botánico, farmacéutico, veterinario... Además, la muchacha no es la hija del médico, sino únicamente su pupila..."
De improviso, la joven apareció en el balcón e, inquieta, se puso a mirar hacia todos lados. ¿Dónde estaría su enamorado? Éste, que, prudentemente se había escondido, apareció corriendo; pero, apenas había tenido tiempo de dedicarle unas pocas y ternísimas palabras, cuando se asomó también...¡el doctor Bartolo! El desconfiado cancerbero, al ver que la muchacha tenía un papel en la mano, se puso en guardia:
"-¿Qué es ese papel? -preguntó con recelo-".
Astuta, nuestra heroína le dijo que era la letra de un aria de "La inútil precaución", una nueva ópera; desde su escondite, el conde comprendió que se trataba de una nota dirigida a él, y ya no cupo en sí de gozo. A fin de tener una excusa para alejar a su carcelero, la muchacha tiró el papel a la calle y el conde, discreta y rápidamente, lo recogió.
"-¡Oh, pobre de mí! ¡Se me ha caído el aria! ¡Recogedla, rápido! -mintió la joven al doctor-".
Refunfuñando y renqueando, don Bartolo bajó a la calle y, una vez alli, se puso a mirar a un lado y a otro, pero la nota no aparecía por ninguna parte. Su pupila le señaló a lo lejos, alegando que al papel se lo había llevado el viento. Pero el doctor, que a desconfiado no le ganaba nadie, se chupó el dedo índice y lo levantó en alto (imaginaos las risas del público al ver el ademán), lo que le permitió comprobar que no corría una gota de aire. Resolutivo, y echando sapos y culebras por la boca, regresó a la casa, dispuesto incluso a tapiar aquel balcón.

De nuevo a solas el conde y Fígaro, éste último se dispuso a leer la carta en voz alta. Si hubiéseis visto la expresión del rostro del conde mientras escuchaba las acarameladas palabras que le dedicaba Rosina (así dijo llamarse la muchacha), habríais pensado que jamás, nadie, se había enamorado tan perdidamente como lo había hecho él. Eso sí, no tenía intención de revelarle a su amada que era el conde Almaviva, hasta no estar seguro de que ella le adoraba por sí mismo, y no por su dinero. Estar, estaría enamorado, pero no era tonto.

La puerta de la casa del doctor se abrió de nuevo y, escondidos, Fígaro y el conde vieron esperanzados cómo éste salía. Le escucharon decir en voz alta que pretendía apresurar su boda con Rosina, para lo que requería la ayuda de un tal don Basilio. Era preciso, pues, actuar de inmediato. En la carta, Rosina le pedía a su enamorado que le revelase quién era y cuáles eran sus intenciones; como respuesta, el conde le cantó (de nuevo, sí) una serenata, en la que se bautizó a sí mismo como Lindoro:


Lo bruscamente que Rosina desapareció del balcón (hay que decir que apenas se había atrevido a entornar las puertas del mismo, y a asomar la nariz), así como el violento ruido con el que éste se había cerrado, llevaron a los dos hombres a pensar que alguien había entrado en la habitación (la deducción, reconozcámoslo, no era muy difícil, e imaginar quién habría entrado en la habitación, tampoco).

El conde, delirante, juró que accedería a aquella casa a cualquier precio. Pero no podía hacerlo sin Fígaro, de modo que, para espolear la imaginación del barbero, paseó delante de sus narices una bien nutrida bolsa de monedas de oro, con la promesa de que habría muchas más. Fígaro, los ojos casi fuera de las órbitas, estrujó su cerebro hasta que en él surgió una idea: el conde debería hacerse pasar por soldado, que bien podía ser uno de los del regimiento que ese mismo día estaba a punto de llegar.

El coronel era amigo del conde, de modo que a éste no le sería difícil conseguir un uniforme y el correspondiente boleto de alojamiento, que obligaría a don Bartolo a abrirle las puertas de aquella casa. Si, además, Almaviva se fingía borracho, podía tener por seguro que el doctor no sospecharía de él. Con su plan perfectamente urdido, ambos hombres se fueron en direcciones opuestas: uno a su barbería, y el otro en busca del coronel del regimiento.

6 comentarios:

  1. Una auténtica delicia, narrada de manera amena y divertida y con una música arrebatadora. Gracias querida Pauline por este momento mágico.

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    1. Gracias a ti, queridísimo amigo Antonio, por acudir fiel a este palco y por tus preciosas palabras. Un beso enorme.

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  2. Sevilla siempre operística, esta vez comedia como solo Rossini es capaz aunque no pienso afeitarme, mejor el maestro de música... Dejemos avanzar la acción desde este palco de Paulinne que lo cuenta desde la emoción transmitida a todos

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    1. Querido Pablo, gracias de corazón por tus bellas palabras y por acudir fiel a la cita. Vosotros sois los que me dais impulso para seguir escribiendo. Un gran beso.

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  3. ¡Muchas gracias por la invitación! ¡Qué obra más maravillosa! Y con tu relato se la quiere un poquito más. Saludos.

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    1. ¡Gracias a ti por acudir, David! ¡¡Un fuerte abrazo!!

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